Lo puedo contar porque bien está lo que bien acaba. Tuve un accidente hace una semana y esta vez, todo lo que podía salir mal, salio bien, y eso es mucho decir. Murphy estaba de vacaciones.
El viernes por la noche fui a un concierto de música a unos 40 kms de Chiang Mai, ciudad en la que resido. Como el concierto no es el motivo del post, sólo aportaré dos pruebas gráficas. En la primera estoy haciendo el indio con uno de los componentes de la banda, y en la segunda, intentado explicar cómo ponen los cubatas en la Campana de los perdidos de Zaragoza.
Alrededor de la una de la mañana me quedé sin tabaco, así que decidí ir con la moto al 7 eleven más cercano. Pero no llegué. Sigo sin recordar qué me pasó. El primer recuerdo que tengo es despertar en un songtaw, con la cara ensangrentada debido a la herida en la ceja, y lo mismo en que los codos y las rodillas, por donde mis vaqueros se habían rasgado. Totalmente desorientado.
Songtaw versión Chiang Mai
Hay muchas historias sobre la actitud de los tais ante el accidente de un extranjero. No dudo que la gente pueda contar malas experiencias, yo mismo he presenciado algunas, aunque creo que el sur del país es más propenso a los malos rollos. Siempre he pensado que hay dos tailandias, con dos tipos de tais. De sur a norte, cuanto más subes, más simpáticos y hospitalarios son los tailandeses. Diría que su hospitalidad es indirectamente proporcional a la cantidad de turistas que conocen. Yo presencié en el centro de Chiang Mai como los tais pasaban al lado de un accidentado sin hacer nada, y sólo cuando agarré a uno del cuello y le puse mi teléfono en la oreja logré que llamaran a una ambulancia.
Hasta llegar a despertarme camino del hospital tuvieron que pasar varias cosas. La primera caerme en un buen sitio. De haberlo hecho fuera de la calzada, probablemente nadie me hubiera encontrado en horas. De haberlo hecho en la calzada, en un sitio poco iluminado, probablemente se me hubieran llevado por delante, y teniendo en cuenta que era una carretera de montaña, y de noche, tenía todas las papeletas para ello.
Así que fui a parar con mis huesos al sitio justo, en la calzada pero en un sitio con la suficiente iluminación como para ser visible a distancia.
El segundo golpe de suerte es que alguien se topó conmigo y que además, no sólo paró a socorrerme sino que buscó la forma de trasladarme al hospital más cercano. Mucha suerte. Por un lado, era un viernes, la una de la mañana y una carretera nada transitada. Y por otro, es sabido lo poco propensos que son los tais a meterse donde no les llaman. Es así. El colmo de la buena suerte es que no sólo buscaron como trasladarme a mi, si no que mi moto iba conmigo en el songtaw.
Mi segundo recuerdo es ya en hospital. Todavía desorientado y sin saber qué me había pasado, recuerdo despertarme con los brazos y piernas ensangrentados, y con un fuerte dolor en el pecho. Recuerdo que dos enfermeras me hablaban en tailandés y que yo no entendía un carajo. No era la mejor de las situaciones. En Chiang Mai, así como en Bangkok y en otras grandes ciudades, hay hospitales en los que enfermeras y médicos hablan ingles, ahora, cuando te sales al campo la cosa cambia.
Así que allí estaba, desorientado, sin saber la gravedad de mi situación y sin poder comunicarme con el personal médico, los que por cierto, también estaban pelín desesperados. En esos momentos es cuando empiezas a recordar historias sobre la mala sanidad rural, la mala formación de algunos médicos, en fin, te vienen a la cabeza todas esas historias que llevas meses escuchando. Me recuerdo intentando coger mi cartera para poder enseñar mi seguro médico. No sabía por qué no me atendían en lugar de hacerme preguntas y pensé que igual me preguntan si podía pagar los cuidados necesarios. Desesperante porque me era imposible acceder al bolsillo trasero de mi cartera. En ese momento me puse a llorar como un niño de pecho.
Y de nuevo tuve otro golpe de suerte porque entre sollozos entendí una de las preguntas que me hacían: ¿tienes algún amigo que hable tailandés?
Los que me recogieron de la calzada metieron en una bolsa de plástico mis objetos personales: teléfono, cámara de fotos, dinero suelto y mi cartera, que no estaba en el pantalón como yo creía. Así que la enfermera me alcanzó mi móvil y pude llamar a Juan, un español que vive aquí hace ya muchos años, y que además de hablar tailandés conoce el sistema hospitalario.
Él me vino a buscar, momento en que yo me relajé considerablemente, y me llevó a un buen hospital en la ciudad donde me trataron estupendamente. En Tailandia conviven los dos extremos sanitarios. Hay hospitales de primer nivel mundial. De hecho, debido a la diferencia de precio con los servicios occidentales existe un cierto turismo médico. Una amiga tai a la que operaron de cáncer, me describía la habitación del hospital RAM de Chiang Mai, y su descripción recordaba más a un hotel de lujo que a una instalación sanitaria. Y en el otro extremo, clínicas en precarias condiciones.
Una semana después estoy sorprendentemente bien. Las heridas que pudieron coser están preciosas y las otras van dejando de soltar pus, y el dolor del pecho disminuye día a día.
En esta situación se agradecen un montón los detalles, grandes o pequeños, que tiene la gente, más aun teniendo en cuenta que uno esta en un país extranjero, con un idioma diferente, que no vivo en el centro de la ciudad y que vivo solo.
Así, Juan me lleva de médicos, Ked viene todos los días a curarme las heridas, Ernesto se viene a cenar para hacerme compañía, mi casero me pregunta todos los días si necesito alguna cosa, ya sea tabaco, agua o medicinas, y me ha repetido hasta la saciedad que le llame a cualquier hora si me surge algo, y los de un restaurante cercano me han dejado una carta y me traen la comida a casa. Y Som, Pon o Tik me llama a diario por si necesito algo más. Y este es el mejor antibiótico cuando está a 14.000 km de la familia y de un entorno conocido.
Y fantástico el trato en el hospital, con una paciencia y amabilidad encomiables. Eso si, se paga. 4 radiografías, limpiarme todas las heridas, que eran muchas, coserme en tres sitios, y los antibióticos y analgésicos para una semana: 1.200 bath, unos 30€.
Otras piticascas: aparecen en escena los camisas amarillos
Ayer leí en el Bangkok Post que los camisas amarillas han empezado a manifestarse en contra de la vuelta de Thaksin, el ex primer ministro. O más concretamente, se manifiestan contra el cambio de leyes que permita a Thaksin librarse de la condena si regresa a Tailandia. Hay que recordar que está en el exilio y que con las leyes actuales, de regresar, iría directamente a la cárcel. También hay que recordar que su hermana es la actual primera ministra de Tailandia.
Sin volver a contar quiénes son unos y otros, que es largo y ya está escrito en este blog, sólo quería apuntar que de esta misma manera empezaron los jaleos años anteriores. Pequeñas manifestaciones de los opositores al gobierno, intercambio de declaraciones, escalada de la tensión, escaramuzas policiales, etc. Veremos como acaba.
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